Entre los géneros literarios más fascinantes surgidos en nuestra historia universal tenemos a la ciencia ficción. Corriente, no solo literaria, sino también artística que ha sido explotada arduamente por los narradores, poetas, pintores, dramaturgos, autores de cómics, directores de cine, etc. Sin embargo, a pesar de su inmensa popularidad (acompañada muchas veces de una escasa calidad), la ciencia ficción es un género que aún no goza de estatutos que la definan como tal, lo cual provoca que haya muchos textos que no puedan encajar en dicha taxonomía. A lo que me refiero con dicha aseveración es que los límites de la ficción científica aún son nebulosos e indefinibles y dudo mucho que, en los próximos años, algún estudioso sesudo pueda decirnos porque una novela es o no del género que nos ocupa. John W. Campbell, prestigioso director de la mítica revista Astounding, decía que ciencia ficción es todo aquello que se publica en las revistas de ciencia ficción, comentario que nos remite a lo siguiente: Hubo y hay libertad entre los editores, lectores y los propios autores para incluir un texto dentro de dicha corriente. He analizado muchos casos dentro de mi país y en el extranjero, y he comprobado que, generalmente, cuando una obra es catalogada como ciencia ficción por uno de estos tres bastiones (editor, lector o autor) resulta siendo de tal género. Esto a modo de anécdota. Abundan más los casos en los que a las obras de ficción científica no se les reconoce como tales y se les brinda otros rótulos, mayormente inventados, mal manejados o torpes. Esto es muy penoso. Porque estoy seguro que la gente que habla mal de dicho género, nunca lo ha leído o no lo ha absorbido como debe ser, es decir, consumiendo buena ciencia ficción literaria. Hay quien dijo que La carretera de Cormac MacCarthy no es ciencia ficción porque el tema no es la ficción científica, sino la relación entre un padre y su hijo. Bueno, el tema puede ser cualquiera. La amistad entre un hombre y una bestia, por ejemplo. Pero si la ambientación corresponde a la ciencia ficción, entonces estamos ante una ficción científica. Y si el autor de dicha obra dice que no es así, no le creamos. El escritor es el menos indicado para juzgar una obra suya, ya lo dijo el maestro Stephen King. Tengo la impresión de que la ciencia ficción es uno de los géneros que más se consume y, al mismo tiempo, resulta ser el menos conocido por el ciudadano de a pie. Esto resulta curioso porque ésta podría ser una de las vertientes de la literatura más rica en subgéneros que existe. Tenemos las utopías, las distopías, las ucronías, la space ópera, los mundos paralelos, alternativos, apocalípticos, post-apocalípticos, etc. Demos un pequeño vistazo a la ucronía, esta vertiente puede, incluso, contener a dos subgéneros muy trascendentales: El steampunk y el cyberpunk. Subgéneros dentro de otros subgéneros. No olvidemos además las combinaciones de géneros: La ciencia ficción de terror (It de Stephen King, Watchers de Dean R. Koontz), la ciencia ficción policial (Las bóvedas de acero y El sol desnudo de Isaac Asimov). La ciencia ficción política, sociológica, antropológica, teológica, etc. Esta pequeña introducción nada más pretende convencerlos de las múltiples posibilidades de la ciencia ficción como género literario, como arte y como medio de expresión. Ahora me gustaría hablar de una cosa muy interesante de la cual, ustedes, amables oyentes, quizá no estén enterados. La relación entre ficción científica e imaginación.
Veamos, la ciencia ficción es el género de la imaginación. La imaginación es parte de un proceso. Al imaginar se inventa o se recrea. Dependiendo de si se escribe o se lee. O si de solo se piensa. Cuando uno escribe crea y/o construye. Cuando uno lee recrea o arma, de acuerdo a las señales o piezas que le brinda el escritor. De esta manera podemos dilucidar que en el proceso de escritura, que es lo que nos ocupa, pueden existir dos tipos de imaginación: La constructiva y la creativa. Lo que menciono no forma parte de ninguna teoría ni estoy citando a ningún estudioso, solo es parte de mi visión personal. Para ser mejor entendido procedo a explicar cada una de estas manifestaciones del proceso de imaginar. Los escritores realistas construyen, cimientan (imaginación constructiva). Toman como base la realidad y, de esta manera, edifican una construcción compleja y elaborada que comprenderá personajes, diálogos, situaciones que se escribirán en pos de dar a luz un discurso. Los escritores fantásticos crean, inventan. En especial, los de ciencia ficción. No se valen de la realidad para construir sus edificios. Conciben otra realidad y, a partir de esta, sostienen el mundo, los seres y los sucesos derivados paridos por su imaginación. Y muchos autores de ciencia ficción no solo crean, sino que también construyen sobre los mundos que han creado. Realizan una doble labor. Deben edificar universos que no puedan desmoronarse. Por eso los escritores de ficción científica siempre me fascinarán.
A lo que voy es lo siguiente: Creo que la ciencia ficción es el género más completo que existe, lo cual no significa que sea el mejor. Cada vertiente de la literatura es valiosa siempre en manos de un escritor hábil. No hay géneros mejores que otros. No obstante, la metodología en el arte de contar varía de una corriente literaria a otra. Pero he de dejar algo en claro: Existen dos tipos de literatura (y no voy a caer en el cliché de decir buena y mala literatura, lo ideal es que la literatura sea siempre sea buena. Existen sí los buenos y malos discursos). Disculpen la divagación, existe la literatura construida a partir de la realidad y la literatura construida a partir de la irrealidad. Literatura escrita a partir de la realidad que conocemos y literatura escrita a partir de una realidad nacida de la mente de un autor. Piensen en una novela donde se invente todo, hasta el más mínimo detalle. Se tratará de un proceso imaginativo llevado al límite. En resumen, si el autor crea una civilización ubicada en otro planeta, con costumbres extravagantes, con formas físicas estrambóticas, estará creando una realidad a partir de una irrealidad. Creo que esto ya lo mencionó el genial Philip K. Dick alguna vez. La escritura de tal discurso, en mi opinión, requiere de una enorme imaginación, herramienta clave de todo escritor. Y de una mente ciento por ciento arquitectónica. Ejemplos: La saga Dune de Frank Herbert, El señor de los anillos de Tolkien, El hombre cubista de Alberto Hidalgo. ¿Se dan cuenta de que solo una de estas tres obras es de ciencia ficción? Porque no es una cuestión de géneros, sino de una construcción discursiva a partir de una realidad preconcebida. Esto solicita que brindemos una breve mirada a la relación entre imaginación y proceso de escritura. No deseo expandirme mucho en este tema, de modo que lo dejaré para otra oportunidad. Por eso concluyo este punto, diciendo que existe una ciencia ficción escrita a partir de un asombroso proceso imaginativo. A veces me pregunto: ¿Qué escritor es capaz de realizar tan magnánima labor? Pues muchos. Las novelas con mundos creados se han escrito desde siempre y, de seguro se seguirán escribiendo hasta que se acabe el verdadero mundo.
En nuestro país, el género de la imaginación se ha ido consolidando a paso lento, aunque seguro. Desde la época en que ese genio llamado Clemente Palma publicaba, hasta los tiempos de José B. Adolph, escritor muy respetado en el extranjero. Y, lamentablemente, poco conocido en nuestra patria. La ficción científica ha estado siempre, de algún modo, rezagada a un segundo plano por la crítica literaria. Sin embargo siempre hemos tenido escritores que han incursionado en la ciencia ficción: Eugenio Alarco, J. M. Estremadoyro, Juan Rivera Saavedra, que son solo algunos de los referentes más importantes. En la última década han ido sonando algunos nombres importantes dentro del circuito literario nacional. Tenemos a José Güich Rodríguez, Alexis Iparraguirre, Daniel Salvo, Luis Bolaños De la Cruz, Adriana Alarco de Zadra, Tanya Tynjälä, Pedro Félix Novoa, Yelinna Pulliti, Pablo Nicoli Segura, y tantos otros, cuyos maravillosos escritos demuestran que sí existe una ciencia ficción nacional. No hablo de un grupo de autores que se reunieron y decidieron que escribirían ficción científica, hablo de escritores que consumieron este género como debía ser y decidieron, de modo individual, expresar su arte a través de dicha corriente. Lo cual tampoco indica que todo lo que escriban sea ciencia ficción, sino que gran parte de lo que han escrito se circunscribe a ese género y, definitivamente, está muy bien escrito. Lo cual indica nuevamente que en la literatura peruana el género no es ningún problema siempre y cuando el escritor sea efectivo.
Por eso ha sido una agradable noticia saber de la novela de Amador Caballero: Los salvadores de Quispichix, subtitulada: El demonio de las dos caras (lo cual me hace deducir que estoy ante la primera parte de una saga). Resultado de una magnífica iniciativa por parte de la editorial Casatomada.
Esta obra es ciencia ficción en todo el sentido de la palabra. Por múltiples factores. Menciono uno, muy contundente: La acción se desarrolla en el planeta Paccha. Un fascinante mundo concebido por una imaginación que, a todas luces, se muestra fértil y segura. Es sorprendente como, en solo dos líneas, el autor logra sumergirnos de inmediato en el mundo epistémico creado por él. Caballero no subestima al lector y eso resulta agradable. Cito, por única vez, del texto:
“Dos Lunas iluminaban la triste noche del cielo de Paccha, un planeta de cuatro continentes, habitado por los pequeños y peludos runas...” (9).
Así arranca la novela. Ahora analicemos, muy brevemente, un par de puntos básicos de la obra: No soy afecto de encuadrar una obra dentro de una clasificación taxonómica. Al menos, no lo hago a menudo. Sin embargo, en esta oportunidad voy a hacerlo, a fin de poder explicar mejor mi punto de vista al respecto. Los salvadores de Quispichix... podría encuadrarse en lo que llamamos La ciencia ficción épica. Un género bastante interesante ya que conforma una mezcla de fantasía épica (con su mundo fascinante, sus héroes, doncellas, monstruos y villanos) y ficción científica. En lo que concierne a la Epic Fantasy, tenemos a J. R. R. Tolkien como el más grande representante. Amador Caballero ha diseñado un universo que no se parece al de Tolkien, sin embargo mantiene la misma esencia. El mismo espíritu. Esto resulta, en suma, alentador para nuestras letras. Un autor capaz de diseñar una novela donde todos sus elementos cuajen y funcionen con gran precisión, es digno de respeto. Como dije, tiene elementos de un género en el cual, la acción trepidante y la aventura son las constantes básicas. También pueden notarse otros aspectos de dicha corriente como la superstición y la brujería. Sin embargo, es ciencia ficción también y no solo porque la trama se desarrolle por entero en un planeta lejano. Ese sería un recurso muy fácil. Sino porque hay mecanismos y elementos de la ficción científica. Dos ejemplos: 1) La tecnología armamentística del ejército villano y 2) Las capacidades mentales ultra desarrolladas de toda una raza (los apurunas).
¿Podríamos estar hablando entonces de un pasado remoto peruano? Claro que no, hablamos de un mundo paralelo. Donde muchos de los temas humanos como el honor, la valentía y el amor (frenado por las barreras raciales) funcionan de manera adecuada. El texto me recordó, por cierto, a las leyendas del imaginario andino y selvático. Con sus fantásticas criaturas y espíritus ancestrales. Es una suerte de Asgard en el Perú. Nuestro país goza de una inmensa cosmogonía, un universo de seres fabulosos que es muy superior al de otras culturas. Muchos autores han tratado en sus libros el asunto de estas entidades, sin embargo pocos lo han hecho con seriedad y con oficio. Caballero, en esta novela, logra lo que pocos, abre las puertas de esta otra dimensión, mostrándonos sus entrañas. Sus personajes. Y sus criaturas de ensueño. Y de pesadilla.
En la novela, el mundo de los runas (divididos en apurunas, runasalqas y runas comunes) es invadido y dominado por el demonio Ahanash. Según la profecía del sabio Quispichix, tres niños están destinados a convertirse en los héroes que acabarán con las huestes malignas y devolverán la libertad al planeta Paccha. Kuya, hija de los guerreros Kallpa y Janaxpacha, es la primera en aparecer. En cierto momento su padre es asesinado. Ella es, desde entonces, protegida por su madre. Lamentablemente llega a ser capturada por el demonio. No obstante, consigue escapar, al mismo tiempo que descubre cuál es su misión. Surge después un niño llamado Wintata, quien también resulta ser un elegido. A partir de ese momento los protagonistas inician la búsqueda de la tercera niña. Este peregrinaje desembocará en una aventura llena de acción, romance y misterio. Los niños no estarán solos, sus familias les apoyarán en la concreción de su empresa, incluso, los pueblos sometidos olvidarán sus diferencias en pos de lograr la libertad anhelada.
La obra, narrada con un lenguaje certero, nos remite a varios aspectos importantes: La entrega por la causa y el honor. Cabe decir, que lo que parece fantástico en el texto no lo es, ya que todos los fenómenos acaecidos están sujetos a las leyes del planeta Paccha; me explico: El hecho de que una mujer que se transforme en bestia en el planeta Tierra ha de ser visto como un evento fantástico. En cambio, según la biología del planeta Paccha, escenario de la novela, este fenómeno es posible ya que se encuentra sujeto a las reglas científicas de este mundo (en ciencia se le conoce como Metamorfosis). Desde este mismo punto de vista, podríamos aceptar una fusión entre espiritualidad y ciencia que abarca gran parte del texto. Nótese al leer el texto el papel de Los elegidos, los tres héroes destinados a combatir las fuerzas oscuras. Hay una visión de tipo religioso. La salvación de la humanidad gracias a tres niños. La lucha eterna entre el bien y el mal. El sacrificio de los pueblos para salvaguardar la vida de los elegidos a fin de que puedan cumplir su misión. La presencia de espíritus que circular alrededor de los personajes para ayudarlos o atormentarlos. El rótulo de demonios para los antagonistas.
La psicología de los personajes también resulta interesante. Para citar un solo ejemplo, el máximo villano tiene un lado oscuro que en algún momento de su vida logró dominarlo.
En el aspecto formal notamos una abundancia de diálogos, lo cual indicaría un gusto del autor por el género dramático. Tanto por la efectividad de las conversaciones como por la disposición de los escenarios donde tienen lugar las mismas.
Los salvadores de Quispichix. El demonio de las dos caras resulta una obra plagada de acción que se lee de un tirón. Nos presenta así a un escritor que piensa bien sus argumentos, que demuestra una gran capacidad para conectar con el lector y que le da la importancia debida al contenido de su discurso. Amador Caballero, estoy convencido, puede ya, con toda virtud, ser considerado como un valioso referente de la literatura fantástica actual.
Carlos Enrique Saldivar